En el aeropuerto de Bogotá me encontré con Waldemar Nicklevick, el primer brasileño que subió al Everest. Yo lo conocí por Internet hace díez años y le ayudé a contactar algunos montañistas colombianos. Viene del Cocuy (que se vió espectacuar desde el avión) y lo identifiqué por el nombre marcado en la maleta (que casualidad) cuando estaba en el proceso de registro. Él se acordaba de mí. Estaba un poco envolatado con los impuestos y me dijo que me buscaba para un café, pero al final no lo vi. La sorpresa fue doble pues el viajaba a Caracas y estabamos en la misma fila del avión. Había un asiento vacío y luego del cambio de asiento aprovechamos para viajar y contarnos historias de viajes y montañas. Él ha subido 7 de las 14 montañas más altas del Himalaya (los famosos catorce ochomiles). Aproveché para satisfacer mi espíritu curioso de periodista y montañista con una buena dosis de preguntas.
Luego en Caracas la espera no la sentí tan larga. Trabajé en el portatil y cambié 10 euros por bolívares en el mercado negro, pero me sentí como un delincuente. Era simplemente para almorzar y no ser víctima de la represión cambiaria de Chávez.
Una vez en el avión a Madrid, que salió una hora tarde, todo trascurrió sin novedad. Por fortuna el compañero de fila no era obeso (como me ha ocurrido en ocasiones) y pude viajar cómodo (en la fila 49). Como dato curioso este avión es el más largo del mundo después del Antonov. Alcancé a dormir 4 horas después de tomarme dos pastillitas de un somnífero naturista. Me desperté y sentí a Europa más cerca, y a la Universidad Complutense también.
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